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La Columna de Aldo Schiapacasse: Todos los homenajes que merece el Paco

Revisa la opinión del periodista de Al Aire Libre en Cooperativa.

La Columna de Aldo Schiapacasse: Todos los homenajes que merece el Paco
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Tomen nota para que no se les olvide ni lo dejen pasar. Ha muerto el gran Paco Molina y merece -impostergablemente- homenajes sentidos los siguientes eventos.

La selección chilena, que el viernes, antes del partido con Costa Rica y después del homenaje de la ciudad a Lucho Gatica, debería rendirle un minuto de silencio al goleador del Sudamericano del 53, y uno de los jugadores que, habiendo nacido más allá de la frontera (en Suria, Cataluña) vistieron la Roja con orgullo y talento.

Este mismo viernes, en El Teniente, O'Higgins debería recordarle a la hinchada que falleció el técnico que más lejos llegó internacionalmente con los celestes. Fue el año 80, cuando en un equipo donde estaban Leyes y Miguel Angel Neira, Santiago Gatica y el Roly Nuñez, el Trapo Olivera y un montón de figuras más, dejó a Colo Colo y los paraguayos en primera fase y cayó ante Olimpia de Paraguay y Nacional de Montevideo en semifinales grupales.

Wanderers debe rendirle hoy, en la liguilla, un homenaje en Playa Ancha, porque fue el primer equipo donde jugó, cuando decidió que el fútbol era su pasion. Y el Audax Italiano, antes de la final de la Copa Chile el sábado, debería guardar respetuoso silencio ante uno de los integrantes del equipo campeón del 57, la última vez que los verdes levantaron una Copa.

La Católica, antes de jugar contra la escuadra del Fantasma, debería desplegar sus banderas ante un campeón del 61, en un retorno glorioso después de haber vestido la camiseta de la franja en los albores del 50.

Y todo el nuevo Wanda Metropolitano en Madrid, el sábado 24, cuando desde las gradas baje el murmullo del superduelo contra el Barcelona, debería rendir honores a un hijo ilustre del Atlético, cuadro que defendió entre 1952 y 1957, siendo su mejor temporada la del 55, cuando contribuyó con 17 goles al elenco colchonero, donde fue dirigido por Helenio Herrera y compartió vestuario con Juan Carlos Lorenzo.

Debería recordarlo Antofagasta, porque la eligió, entre muchas (Viña del Mar, Coquimbo, La Serena, Valparaíso), como la ciudad donde quería morir.

Y, por supuesto, la Unión Española, la institución que debería hacer un acto inmenso de reparo con aquellos que, huyendo de la tiranía de Franco, abordaron el Winipeg -el barco contratado por Pablo Neruda- para ganarse una nueva oportunidad en la vida. Después de la metralla y el luto, de huir entre campos de nieve, de refugiarse en Francia, para Paco Molina, el niño que desembarcó con nueve años en Chile, había todo un porvenir por delante. Y es hora de hacerle justicia.