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El soñado título albo o la madre de todos los festejos

Colo Colo no pudo soñar mejor epílogo para su 24ª estrella: estadio lleno, pleno de emoción y despachando dramáticamente a su archirrival. Así se vivió en el Nacional.

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Por Esteban Catalán Muñoz

 

El multitudinario desfile blanco, negro y rojo por Carlos Dittborn lo anunció desde temprano. Miles de hinchas albos marchaban hacia su fiesta. La más esperada: final y superclásico ante Universidad de Chile, con triunfo en la ida. Mesa servida para una jornada histórica.

 

La guerra de cánticos arrancó horas antes. Con una leve supremacía de colocolinos en Ñuñoa, los azules se avivaron en el codo sur: lienzo gigantesco que rezaba "ganes o pierdas, estamos ahí... esa es la diferencia". Al frente se leyó, en menor tamaño, "Colo Colo campeón".

 

La espera se acabó con una doble explosión: capitaneados por Marcelo Salas y David Henríquez , ambos equipos salieron a la cancha para desatar los fuegos de artificio. Y la 'U' volvió a anotar en la guerra previa, con una lluvia de petardos que incluso sobrepasó el pitazo inicial, y se detuvo justo en una infracción sobre Matías Fernández. "Se asustaron", soltó un hincha en la tribuna.

 

Y la fiesta se trasladó a la cancha. Algunos filosofaban sobre el Mundial. El tema era Jorge Valdivia y Matías Fernández o el paralelo con ucranianos, suizos, australianos, ingleses, coreanos o polacos. Cuántos equipos sin nadie que juegue al fútbol. Y nosotros tenemos estos magos acá, decían.

 

Claro, que -advertían los mismos hinchas- el colombiano Andrés González no tendría oportunidad alguna de mostrar sus bondades en la cita germana. Nervioso y poco prolijo con el balón, el zaguero se ganaba palabras poco cariñosas de los parciales albos.

 

El tenso entretiempo dio paso a los cálculos y a los semblantes rígidos. Aquí y allá nadie se podía reír. Los talentosos se apagaron y la U empezó a mandar en la cancha. Marcelo Salas se acordó de su historia bendita y se instaló en campo enemigo. Y Luis Pedro Figueroa se encargó de recordarle el milagro al codo sur.

 

Fueron los peores momentos de Colo Colo. Como en el barrio, el que hacía un gol más ganaba todo, pero la pelota volvía una y otra vez a los botines azules. La hazaña parecía a la mano, pero Salas erró un cabezazo en el último suspiro.

 

Se abrió la lotería en el arco norte. "Acuérdense de Católica", pedían algunos de blanco. Pero los universitarios confiaban en el envión y en dar vuelta la página del Clausura 2005, cuando cayeron desde los 11 metros tras un remate perdido por Waldo Ponce, dueño ahora del quinto lanzamiento.

 

Pero esta historia encontró su propio nombre. Alentado por treinta y cinco mil gargantas, Claudio Bravo grabó a fuego su despedida con un tapón a Hugo Droguett y otro desde el suelo al "sobrado" remate de Mayer Candelo.

 

Nadie respiró en la definición. "Grita poh Piñera", le reclamó alguien al accionista. Este sólo atinó a sonreír. Ajeno a eso, frío como pocos, Miguel Aceval tomó la pelota y la acomodó. Pinto empezó a botar en la línea. El colocolino se paró justo sobre el límite del área, picó y se metió en toda la historia que tenía a sus espaldas. Y la agrandó.

 

Los hinchas albos se desbordaron, gritaron, rugieron como un monstruo más vivo que nunca. Los cantos exaltaron a sus héroes: Fernández, Valdivia, Suazo y Borghi, en el olimpo. Y otros para el codo sur: les hablaban de mística, de campeonatos y de sangre.

 

Pero en el codo sur ya no quedaba nadie. (Cooperativa.cl)