La imagen más dramática de Sudáfrica 2010 la vi en Guarulhos, el aeropuerto internacional de Sao Paulo. Allí, a pocas horas de haber sido eliminada la selección de Dunga, un grupo de brasileños hacía cola para abordar el vuelo de South African Airlines con destino a Johanesburgo. Habían comprado pasajes para ver la semifinal y final de la Copa del Mundo y ahí iban, con sus camisetas amarillas y sus gorritos rumbo al aburridero más grande do mundo. Inmóviles, la vista fija en el suelo, imposibilitados de escapar de un infierno que no soñaban.

En un rincón del terminal,  un centenar de personas viendo un monitor colgado del techo seguíamos el duelo de Uruguay con Ghana. Casi como una provocación, los charrúas y argentinos que sufrían con los dramáticos últimos minutos y la espectacular definición a penales acentuaban cada grito y cada gesto como dando a entender que -aún sin los pentacampeones- la fiesta continuaba.

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