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El Orinokia

Dos ríos cruzan Puerto Ordaz: el Orinoco y el Caroní. Hay selva y cataratas, más una isla de arenas blancas donde la selección encontró la paz lejos de todo. Y un mall, que los espera ansiosos para desahogar presiones.

Llévatelo:

Por Aldo Schiappacasse desde Venezuela.

 

Nelson Acosta, que suele ser un hombre muy vivo (sagaz, astuto, cazurro, pícaro), intentó solucionar los problemas de convivencia de la selección con una medida muy rioplatense, y por ende, muy futbolera: organizó un asado. Pero no cualquier asado.

 

La diferencia no estuvo ni en la carne, ni en los choripanes ni en la ensalada. Tampoco en los invitados, que fueron pocos: el jefe de seguridad, algunos soldados de la custodia, el chofer del bus. La diferencia estuvo en el lugar escogido, una pequeña isla en medio del río Caroní, con arenas blancas, vegetación ad hoc y un quincho. Allí, en un universo cerrado y clausurado, sin presencia de periodistas, hinchas ni asesores, lejos de los empresarios y los delegados de la Conmebol, la selección eligió a su nuevo líder.

 

Mientras eso acontecía, yo visitaba el Parque La Llovizna, un paraíso selvático a 15 minutos del centro que le lleva cataratas, vegetación, monos, tortugas, peces, guayaneros trotando y con sus hijos y... una enorme represa hidroeléctrica. Asegura el guardia que hay, además, anacondas y que hace algunos días una de siete u ocho metros cruzó una de las avenidas a ritmo lento, ante el pavor de unos pocos testigos privilegiados por esta suerte de "Monstruo del lago Ness" que habita a pocos minutos de la segura habitación que ocupo en el Mara Inn.

 

La selección nacional ya tiene un lugar preferido en Venezuela: el mall Orinokia, un gigante de cemento que promete buenos precios, cine y comida chatarra a cinco minutos del hotel.

Puerto Ordaz, para mayor saber, es una ciudad nueva, que tiene apenas 50 años. Nació producto de la planificación ordenada por las empresas mineras, hidroeléctricas y agrícolas de la zona. Está al otro lado del río de San Andrés, el poblado histórico, hoy muy venido a menos. Por eso, conviven con elegancia la vegetación y el cemento, y a nadie parece preocuparle que para generar el 75 por ciento de la energía del país –que es mucha, si consideramos el indispensable aire acondicionado- haya sido necesario construir cuatro centrales –y sus ineludibles lagos- de su río más caudaloso.

 

Desde La Llovizna se ve el estadio, la represa, un hotel y el centro de la ciudad. Hay una isla de playas blancas –la de la democracia en la selección- en el río, a 20 minutos del centro. Y eso habla de algún respeto por la naturaleza, que acá se hace sentir y fuerte.

 

Cosas que a los jugadores parece importarles poco, a menos que haya un asado de por medio. Los encargados de la delegación, algo preocupados por el ocio, ya preguntaron por paseos, y la conclusión llegó donde mismo: al mall Orinokia, un gigante de cemento que promete buenos precios, cine y comida chatarra a cinco minutos del hotel.

 

Después del asado y la coronación de Valdivia, Basay (Ivo, el equilibrio de Acosta, siempre tan reacio a los videos y el análisis de los rivales) se encerró a ver el partido de Ecuador y Colombia en Barranquilla. Los rivales de Chile, clasificados a los últimos dos mundiales, tuvieron una pésima jornada, y me pareció ver una sonrisa más amplia dibujada en la cara del ex magallánico.

 

Mientras tanto, en la práctica de la mañana –que también se trabaja, hombre- don Nelson esbozó el equipo. Apenas tres incrustaciones (Vargas, Contreras y Mark) en el Colo Colo de 2006. Pero de eso no hablo porque el calvo estratega se enoja, enfurece, estalla, en el nuevo ánimo estrenado en esta Copa: hay mucha gente que lo quiere dañar –nos dice- y que, colateralmente, ese daño caerá sobre la selección.

 

Mucho análisis para el paraíso en la selva. En Puerto Ordaz se demuestra: es posible avanzar sin hacer mucho estropicio.