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No disparen contra el comentarista

En Chile, los relatores, los comentaristas, los que han estado por años o los que lo hacemos ahora, quedamos para siempre asociados con la desgracia y la vergüenza de las derrotas, y las pocas victorias no alcanzan para compensar.

Llévatelo:

Si Valdivia finalmente no juega hoy, estaremos en serios problemas. Primero porque no juega, y segundo porque tendremos que hacer un asado de emergencia para elegir capitán: su vice –Jorge Vargas- tampoco saltará a la cancha. Y como lo que interesa es mantener la democracia...

 

Aquí en Puerto Ordaz se impuso la teoría de los cautelosos. Si hablas con alguien del cuerpo técnico (que con el aburrimiento se ha convertido en mi pasatiempo favorito) te dirán que si nos toca perder, hay que saber hacerlo. O sea, no quieren más boletas brasileñas. Y que hay que aprovechar la desesperación de los canarinhos, claro, que cayeron en su primer partido. Si hoy se van derrotados de nuevo, sería una catástrofe proporcional al lago que se perdió, a lo del río Mataquito y el Transantiago juntos.

 

Brasil, en todo caso, siempre inspira nuestras hazañas. Yo no he vivido nunca, en vivo y en directo, un triunfo ante Argentina, por ejemplo. Contra los pentacampeones, tengo varios, uno en Cuenca, otro en Santiago. Marco Antonio Cumsille estaba en las tribunas de Córdoba cuando goleamos 4 a 0. O sea, es difícil, pero se puede, siempre y cuando seamos capaces de no ahogarnos. En ese sentido la soledad de Suazo y la ausencia de Rocco (me parece que es más que Fuentes) en la defensa me parecen cuestiones tácticas que bien podrían reprocharse en la formación inicial.

 

Ganarle al monstruo siempre es una delicia, sobre todo cuando se disfruta con el dulce sabor a venganza. Un triunfo hoy sería más sorpresivo y extraño que la victoria de Cathy Barriga sobre Chano Garrido, pero, como quedó demostrado, todo es posible.

 

¿Les he contado la historia de Galvao? Pues si la han escuchado, se la saltan. Porque Galvao es uno de los próceres del relato sudamericano que más admiro. Cada vez que me lo topaba me costaba entender el fenómeno. El tipo es narrador de O’Globo, y la gente en los estadios se vuelve loca con él. Lo ovacionan, lo adoran, le escriben pancartas, le tiran calzones (les juro, es verdad, lo ví en Brasilia) y no es, digamos, un tipo guapo, ni fue jugador ni nada por el estilo. Es ya maduro, narigón, con una panza delicada en expansión. ¿Por qué diantres la gente puede enloquecer por un relator?, me pregunté mucho tiempo. Y es simple: Galvao le transmite, desde hace décadas, alegrías al pueblo. Cuando festejan un título del mundo, pues allí estuvo Galvao. Cuando ganan la Libertadores, pues allí estuvo Galvao. Su mero nombre es éxtasis, pasión, belleza, eterno grito de gol. Para decirlo de alguna manera, es la banda sonora de la grandeza canarinha.

 

En Chile, los relatores, los comentaristas, los que han estado por años o los que lo hacemos ahora, quedamos para siempre asociados con la desgracia y la vergüenza de las derrotas, y las pocas victorias no alcanzan para compensar. El pueblo nos pide avalar las ilusiones antes de los partidos y nos insulta para que digamos la verdad después de las derrotas. Somos como pájaros de mal agüero, cantantes de la desgracia y nadie me aplaudiría en un estadio. Demás está decirlo, jamás me han tirado un calzón.

 

Si hoy veo a Galvao, desearé con todas mis fuerzas que una fuerza divina nos trastoque las suertes. En lo del fútbol, digo. Que lo del calzón puedo remediarlo.