Las tetillas del Coco
A Coco todo le interesa un carajo en estos momentos, porque toma algo así como una piña colada mientras se desplaza con lentitud por la piscina con la calma de un caimán.
Por Aldo Schiappacasse desde Venezuela.
El Coco, claro, tiene tetillas, pelos canos sobre la barriga y se desplaza por la piscina como uno de esos anfibios pesados e indiferentes. La Brujita Verón juega con sus dos niñas mientras que Carlos Tévez parece atrapado en otra dimensión con sus enormes audífonos. Una joven de bikini rojo, se acerca corriendo a Mascherano para pedirle una foto, trámite que el volante despacha rápido y sonriente antes de seguir la charla con alguien que pudiera ser su cuñado o un vecino de barrio a quien conoce de un siglo.
Robinho, Alex y Julio Baptista están parados -a las cuatro de la tarde de Maracaibo- sobre el asfalto. Van a atender -ellos y el resto de sus compañeros- no una, sino tres veces a los periodistas. Una vez para los programas en vivo; otra para las radios y una tercera para periódicos y prensa extranjera. Hacen ochocientos grados y los brasileños jamás pierden la calma. Ni los que preguntan ni los que responden. La práctica está fijada para las cinco, pero han llegado una hora antes para atender a la "gente". O sea, a los caza-autógrafos y a la prensa. Terminada la sesión, el jefe de prensa del scratch les sugiere a los camarógrafos que se pongan del otro lado, porque "ahí van a tener contraluz".
El hotel de ambas selecciones está llenísimo de "gente". Y de historias. Mientras Nicolás Leoz y Eugenio Figueredo -los popes de la Conmebol- esperan en compañía de dos señoritas demasiado sonrientes, simpáticas y curvilíneas de la organización a Joseph Blatter, quien apenas les tira un saludo en la pasada hacia el ascensor, Josué Leoz, el hijo adolescente del presidente de la Confederación confiesa que quiere ser árbitro. Y luce una polera amarilla de juez FIFA, seguramente regalada por algunos de los orejeros del presidente que logran, entre otras cosas, que nuevamente un paraguayo dirija la final de la Copa. Como sucede siempre, sin que a nadie más que a mí parezca importarle en este día.
En el lobby de esos hoteles preciosos y rodeados de naturaleza (lagos, cascadas, selvas) donde se alojan siempre los otros equipos hay relajo. Hasta para decir que lo de la torre de iluminación que falló en la semifinal de Maracaibo fue fruto del sabotaje, y que habrá nuevas medidas de seguridad para evitar que eso pase ahora en la final, sobre todo porque viene el ciudadano Chávez, parece.
Todo parece más agradable, Julio Grondona -el vice de Blatter- me asegura sin dramas que México y Estados Unidos le tienen muchas ganas a la Copa del 2011, pero que después de esta experiencia en Venezuela el apoyo de la gente y los gobiernos es vital y Chile ya cuenta con la irrestricta Michelle Bachelet. Y lo dice en ese lenguaje entre dientes que tienen los jerarcas del fútbol, gente de guayabera fuera del pantalón y que se pasea sin prisas rumbo al comedor, sabiendo que el gran jefe ya está arriba, en su habitación con vista al Lago Maracaibo, otrora paraíso de los Piratas.
Los poderosos pueden darse ese lujo: el relajo. Brasil y Argentina han entrenado poco en la víspera, porque ya no es necesario.
Aceitaron sus maquinarias, saben a lo que juegan, recuperaron a sus lesionados. No hace falta ensayar más la sociedad Messi-Riquelme, ni la sincronización Cambiasso-Verón-Mascherano. Ni hay que decirle a Zanetti cuando irse o cuando quedarse. En Brasil deben trabajar para reemplazar al muy eficiente Gilberto Silva y la prensa se ilusiona cuando sabe que puede ser -aunque no lo creen- que Dunga vaya con un 4-4-2 neto en vez del 4-3-1-2. Y los periodistas treintañeros y atractivos de Fox se pasean como estrellas continentales que son, pero igual se plantean que hará el Coco ahora que Crespo ya se recuperó.
Al Coco todo le interesa un carajo en estos momentos, porque toma algo así como una piña colada mientras se desplaza con lentitud por la piscina con la calma de un caimán. Lejos del mundo, aunque todo el mundo lo rodee.