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La cotufa

Los que nos quedaremos hasta la final de Copa América y los periodistas que no encuentran pasaje de retorno nos paseábamos como zombies por el hotel, como esperando que, sorpresivamente, de detrás de un poste, apareciera Daniel Morón o Chupallita Fuentes.

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Por Aldo Schiappacasse desde Venezuela.

 

¿Sabe cómo les dicen a las cabritas en Venezuela? Cotufas, y usted tiene derecho a un paquete gratis por cada entrada al cine. ¿Sabe cuánto cuesta el peaje carretero más caro del estado de Bolívar? 32 pesos chilenos, que a veces se cobran y otras veces no. ¿Sabe cuál ha sido el principal rédito de tener tantas Miss Universo? Que la cirugía estética es un paso validado y aceptado por todas las mujeres de este país, incluidas las más jóvenes.

 

Estoy muy aburrido, es cierto. Con síntomas de ansiedad y temiendo haber sido víctima de la ameba que con tanta intuición pronosticó a nuestra llegada el doctor Montes. Siento malestares generalizados y, de acuerdo a un compañero de cobertura que tiene por vicio hacer diagnósticos, dice que es el "síndrome de deprivación". Ayer los que nos quedaremos hasta la final de Copa América y los periodistas que no encuentran pasaje de retorno nos paseábamos como zombies por el hotel, ya desalojada la hueste nacional, como esperando que, sorpresivamente, de detrás de un poste, apareciera Daniel Morón o Chupallita Fuentes.

 

Algunos, más obsesivos que yo, andan detrás de nuevos testimonios, del famoso video del desayuno, de algo que enfatice lo que para mí ya es suficientemente claro. Es más, y los jugadores deberían saberlo cuando dicen que "la prensa exageró los hechos": si se publicaran más testimonios o si la investigación que realizarán los dirigentes fuera profunda y pública, el escándalo podría ser mayor.

 

Me encontré con un periodista argentino, viejo amigo mío, y me contó una historia increíble. Un día cualquiera de la semana pasada, bien entrada la noche, los responsables de la selección de Basile escucharon ruidos extraños en una de las piezas. Gritos y jolgorio. Presurosos, golpearon para ver que sucedía y se encontraron con cuatro jugadores, sudorosos y excitados, con cara de culpables: habían sido sorprendidos jugando tenis-fútbol dentro de la habitación.

 

Por eso ando así, con mariposas en la guata y fiebres matinales. Puede ser la envidia, que nunca es sana. Envidio todo: la disciplina táctica de los mexicanos, por ejemplo, que corren más que nadie, van a hacer pressing sobre la salida rival y tienen cinco alternativas distintas y válidas en ataque. O el pragmatismo brasileño, que teniendo el fútbol más bello del mundo primero prefieren asegurarse; avanzan a 10 kilómetros por hora, pero cuando les regalan una opción, te vacunan. Adivinen quienes han sido los más obsequiosos. O la generosidad del plantel argentino, donde cualquiera del banco podría hacer un escándalo por estar sentado mientras el equipo titular se divierte.

 

Envidio la manera de irse que han tenido Paraguay y Perú, que fueron goleados en su último partido pero que, orgullosos, asumen una manera de jugar pese a los errores. Me consuelo pensando que no me congelo en las mañanas y que no debo estar pendiente del “análisis” de la situación futbolística en Chile, tan llena de eufemismos, elipsis, silencios y amurramientos. Igual estaré colgado para seguir las explicaciones de hoy y saber si es Borghi, Raúl Toro, Pellegrini o un extranjero el sucesor del "calvo estratega".

 

Puede ser la ameba, el aire acondicionado, los viajes suicidas por las carreteras venezolanas, las cotufas saladas o, simplemente la envidia. Pero estoy seguro que lo que más mal me hace es estar en esta fiesta sin sentirme invitado. Y que cuando dices en el palco de prensa que eres de Chile, tu interlocutor te mire con pena y te dé dos palmotazos solidarios en el hombro. Como para que lo tengas claro.