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El Cristo Redentor

El sábado se cerró este ciclo. Para siempre. Será recordado como uno de los más dolorosos de la selección en todos los tiempos. Desde septiembre del año pasado hasta ayer, hubo dos escándalos impresentables, muchísimas pruebas sin destino, un horizonte siempre perdido y el grupo de jugadores más inmaduros que se recuerde.

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Por Aldo Schiappacasse desde Venezuela.

 

¿Alguien en su sano juicio puede considerar que el Cristo Redentor de Río de Janeiro es más maravilla que los moais de Isla de Pascua?

 

No pues. Mientras uno es obra de la moderna ingeniería, sin más mérito que su simbolismo y ubicación, los monumentos enclavados en una isla en medio de la nada implican un esfuerzo gigantesco de una cultura que se desarrolló en medio de la nada, sin parangones en el universo de la Polinesia.

 

¿Por qué nosotros perdimos y ellos ganaron? Porque seguramente hubo más convicción en colocar al Cristo entre el Coliseo y el Taj Majal. Nosotros, como siempre, reaccionamos tarde y mal, con lentitud y sin comprometernos cabalmente con la idea de poseer uno de los vestigios de la antigüedad más sorprendentes que registre el planeta.

 

Ellos –los brasileños- son más, claro, pero juegan –perdón, votan- para ratificarlo. En otras palabras, luchan y trabajan para imponer su batalla.

 

Pasa lo mismo en el fútbol. Objetivamente, somos mucho menos. No tenemos ni el talento, ni el número, ni la historia para enfrentarnos mano a mano. Para doblar lo que ya está escrito, no sólo hay que hacer el mayor sacrificio posible, sino que además tener la voluntad de querer.

 

Ayer se cerró este ciclo. Para siempre. Será recordado como uno de los más dolorosos de la selección en todos los tiempos. Desde septiembre del año pasado hasta ayer, hubo dos escándalos impresentables, muchísimas pruebas sin destino, un horizonte siempre perdido y el grupo de jugadores más inmaduros que se recuerde.

 

Para hacerlo gráfico, ayer comenzamos jugando sin 10 y terminamos con dos, sin que eso variara sustancialmente el panorama. OK, esta era la gran prueba para Nelson Acosta y se pensó que toda la experiencia acumulada en el largo trayecto se aprovecharía en este certamen. Pues no lo hizo. Por distintas razones, pero me atrevería a decir que jamás tuvo fe en los jugadores de que disponía. Por una razón muy clara: los mismos jugadores no llaman al entusiasmo, no son capaces por sí solos, no tienen capacidad para ejercer el liderazgo más allá de lo intrascendente y lo light.

 

A nosotros siempre nos costará el doble, sino el triple. Tenemos que aperrar, trabajar, concentrarnos. Poner talento pero también sacrificio, y eso no parece entenderlo este grupo que festeja y se comporta como si lo hubiera ganado todo.

 

Mascadores de chicle, incapaces de expresar conceptos, encerrados en sí mismos no tuvieron en la instancia clave al líder capaz de provocar su mejor rendimiento. Ni dentro ni fuera. Independientemente de la base, de la formación, del club del que provienen, no armaron una escuadra. Ni siquiera un grupo.

 

Las señales no son auspiciosas. Así como el Gobierno y las autoridades reaccionaron tarde en la batalla por las siete maravillas, los gestos de la dirigencia no han sido lo suficientemente enfáticos como para pensar que las cirugías serán profundas. Me llamó la atención que dos jugadores protagonistas del escándalo de Puerto Ordaz fueran utilizados ayer, no sólo porque la lógica imponía un castigo, sino porque la señal es poderosa: en la necesidad, todo vale.

 

Yo también creo que los resultados mandan, como lo ha expresado la ANFP. Y, por eso mismo, no siento apego al proceso que termina porque la vara estaba aquí, en Venezuela. Raya para la suma, pasamos vergüenza dentro y fuera de la cancha. Punto.

 

Hora de buscar otra cosa. Y los que deciden mandan. Estoy en espera de las señales, aunque, honestamente, no creo en el Cristo Redentor. Mejor eran los moais. Es tiempo de trabajo colectivo, no de milagros.