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La columna de Aldo Schiappacasse: El Olímpico, Wembley o el Nido de Pájaros

Revisa la opinión del comentarista de Al Aire Libre en torno a los hechos de violencia en Argentina.

La columna de Aldo Schiappacasse: El Olímpico, Wembley o el Nido de Pájaros

Por Aldo Schiappacasse, @AldoRomuloS

Yo creo que se debe jugar. Porque las sanciones por violencia jamás deben tocar al espectáculo, aunque la prioridad siempre será cautelar por la seguridad de los jugadores. Los partidos pueden suspenderse, prorrogarse, realizarse bajo condiciones especiales, pero nunca un título puede definirse por secretaría, porque eso atenta contra la esencia del juego mismo.

Desde que se supo que la final de la Libertadores se jugaría por primera vez entre River y Boca, entendimos que era un partido de características especiales. Pareció, por ende, sensato que se jugara sin público visitante para evitar los grandes bolsones vacíos y el riesgo de enfrentamiento en las tribunas y los accesos. Además, porque favorecía el operativo policial, siempre tan proclive a poner sus condiciones para hacer la pega de la manera más fácil posible. Si el primer enfrentamiento en La Bombonera fue impecable, todos sabemos que para nadie fue la final definitoria, real, absoluta.

Boca sabe -su presidente, su hinchada y los propios jugadores- que ganar en las oficinas de Asunción en nada aporta a la gloria del club. Y que el título jamás podrá ser exhibido con orgullo. River sabe que una agresión feroz y salvaje como la provocada por sus hinchas no puede quedar sin sanción, porque sería institucionalizar el vandalismo. Y jugar sin público es una afrenta a la condición de espectáculo futbolístico que este duelo merece.

Por eso creo que deben jugar, en la cancha más neutral posible, con la mayor cantidad de público, transmitiendo a todo el mundo. Lo más lejano es el Nido de Pájaros en Beijing. O Abu Dhabi en la previa del Mundial, pero son públicos aquellos que tienen mucho dinero, pero que no aportan sazón futbolera. Me gustan más el Olímpico de Roma (nada más parecido a un argentino que un italiano) o Wembley, donde, estoy seguro, la final adquiriría ribetes interesantes. Es verdad, es higienizar, esterilizar, desinfectar un clásico al punto de desnaturalizarlo, pero es improbable otra salida. Y esta, al menos, garantiza que se defina en cancha.

Si la Conmebol, la UEFA y la FIFA han consagrado la norma de jugar a cualquier costo (como quedó demostrado en la última Champions con el Borussia, por ejemplo), deben entender que el error de sus últimas decisiones provoca confusiones. El empeño de Domínguez por jugar inmediatamente después del atentado frivoliza el espíritu prioritario del juego: competir en igualdad de condiciones. Y la ausencia de doctrina para conducir la crisis sólo es reflejo de la falta de sustancia de los actuales dirigentes, especialistas en fabricar dinero a punta de derechos.

A estas alturas la lógica indica que, para jugar esta final, hay que devolverle su esencia: es un gran partido de fútbol, apto para cualquier amante del deporte, en cualquier latitud del planeta. Salvo aquella, por supuesto, donde la pasión enfervorizada subordina el exquisito placer del juego al desbordado y ciego amor por los colores. Que los fanáticos paguen el precio, porque de otra manera, lo pagará la historia.